En la aldea de Moura llaman a este conjunto de penedos por el nombre de una persona de leyendas. Gigante y ermitaño, contrabandista y fugitivo, son algunas de las acepciones que se le atribuyen al hombre que hizo de este grupo granítico su casa y su refugio.

Entre senderos, haciendo de punto de referencia en la zona por su característica forma e inmenso tamaño, se descubre, acompañado de semejantes mucho más pequeños, un grano de trigo nunca sembrado. Tomando ahora descomunal forma pétrea, como todo lo que lo rodea.

La sensación que este conjunto representa no es otra que la del equilibrio, una balanza entre la noche y el día. La idea de que sea cual sea el lugar en el que te encuentres, siempre existirá el punto en el que todo se vea mucho más claro.

Imaginad por un momento los paseos diarios que hacían generaciones y generaciones de los habitantes de Moura hasta este mismo lugar. Tenían, a escasos metros de casa, un balcón hacia una de las maravillas que el paso del tiempo y la naturaleza son capaces de fabricar.

Después de recorrer gran parte de la ruta, uno de los mejores momentos fue cuando decidí subirme a un penedo con forma de asiento en la mitad de la ladera a descansar. Lo que iba a ser 5 minutos acabaron siendo una hora apreciando la capacidad de inmersión que aquella vista producía en mi ser.

Aquí está, a un lado del sendero, completamente aislada, a 4 o 5 metros de otro tipo de vida, uno de los habitantes más antiguos del lugar.
La naturaleza respeta, de la misma manera que respeta muchas otras cosas en esta tierra,
a todo el que haga lo mismo con ella.

Hablan de cierto ser, quizás alguna fuerza misteriosa, con cierto gusto por piedras del lugar. Allí agrupó, con delicadeza matemática, todas las formas que más le gustaron, construyendo así su casa, rodeada de todos los caminos que utiliza para sus excursiones en búsqueda de nuevas adquisiciones.

Durante toda la bajada tienes una sensación de que algo, sin saber muy bien el que, te observa avizor. Incluso, manteniendo la apropiada atención, puedes llegar a escucharlo. Hasta que por fin, en este mismo punto, cuando decides dar un momento la vuelta para ver cuánto bajaste, aparece allí arriba aquello que tanto hacía por vigilarte.

Centinela de estas tierras, visible desde las puertas, no se esconde ante nada. Y así pregunta, a todo el que intenta pasar bajo su mirada, cual es la aventura o consigna que lo hizo llegar hasta él. Sabedor de todo lo que hay tras su paso, él defiende, él decide.

De lo que antes era uno, el caminar, el viento y demás consecuencias del tiempo, hicieron que el monte se partiera en dos. Inauguró así, de la misma manera que todo lo que representa esta ruta, la puerta para el que decida seguir caminando por esta tierra.

Flecha de Piedra colocada por los dioses en el punto perfecto para que nos sirva de ayuda.
Allí, solitaria, canaliza el viento, marca el sol, mide el tiempo y sirve de guía.